Era listo, pero
también un vago y no tenía la cabeza muy allá. Se distraía continuamente con
ideas, algunas originales, otras no eran más que basura improductiva. A veces
deformaba recuerdos o se imaginaba unos nuevos, más agradables. El caso es que
era adicto a estas distracciones mentales, y unido a su escasa capacidad de
voluntad, acababa siendo una mente brillante pero muy desaprovechada, planeando grandes proyectos que nunca lograba llevar a cabo. Él era
plenamente consciente de esta idea que le proporcionaba aun más material (y de
buena calidad) para seguir socavando su materia gris. Buscaba encontrar en ella
el elixir de la vida, pero de momento no lo había logrado, lo que le proveía de
todavía más cosas en las que pensar.
Así siguió hasta que,
reconociendo su incapacidad final, la nube que taponaba su supuesta
inteligencia y su nula flexibilidad mental para cambiar, se volvió loco. Pero
no en el sentido poético: loco. Y poco más se supo de él.
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