viernes, 9 de diciembre de 2011

Comparaciones


Por muy libre que me crea, por muy independiente que crea ser y estar separado del forraje que compone la sociedad, no puedo evitar aun, a mis años, compararme. Joder, después de una vida luchando por ser yo mismo, por no seguir la corriente, que me dé igual que unos se harten de follar o de cagar dinero y yo no. Pero al final, no puedo evitar evaluar lo que llevo hecho y eso no puedo hacerlo sin mirar a los demás. ¿Cómo si no sabría que estoy llevando una vida plena?

Mi compadre Gustavo, el que se llevaba todas las ostias en el colegio y tenía demasiado pavo, va a tener a su tercer hijo con una mujer increíblemente maravillosa. Mi hermano, medio rico y triunfando en su trabajo. Alekséyev va a estrenar obra como protagonista y mis queridos Tous se van un mes a un templo en el Tíbet. ¿Qué hago yo? Vivir como un artista frustrado, mal amado y ganando lo justo para sobrevivir. Eso sin hablar de mi enfermedad.

Claro que, si me comparo con los pobres somalíes que se mueren de hambre, tampoco me va tan mal. Y si no miro a nadie, mi vida es bastante soportable. Pero no, necesito destacar entre los borregos y los mediocres y para ello tengo que observarlos, conocerlos, averiguar qué necesito para superarlos. ¿Me dará eso la felicidad? Seguro que no, pero no puedo evitarlo: me he cansado de aguantarme las ganas de mirar y de evitar convertirme en una estatua de sal. La curiosidad, o el aborrecer la incertidumbre, me pueden.

Me he vuelto un triste por recaer en el antiguo vicio de no huir de la sociedad.

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