miércoles, 27 de julio de 2011

*Bonus: minisagas

(Historias de 50 palabras)


I.

El primer ratón penetró en uno de esos túneles de madera que olían tan bien, pero tras una sacudida, dejó de respirar allí mismo. Al segundo le pasó igual. El último ratón, después de haberlo visto todo, quedó también atraído por el queso de la ratonera. ¿Realmente podía haberse salvado?


II.

Me piden unos barrigudos que juegue con mis huesos al fuego y al metal. Mi historia nunca tuvo que ver con estos miedos brutales que respiro. Solo veo otros sentenciados que no luchan por causas nobles (¡ridículo!), sino por ir arrastrando los pies hacia el patíbulo. En fin: ¡Al ataque!


III.

Aunque estaba extremadamente aburrido, tenía mil asuntos pendientes que no le daba la gana atender. Enganchado a los leves pero asegurados estímulos informáticos, dejaba escapar oportunidades, personas, amores… Distraído (como siempre), pulsó varias teclas al azar y acabó buscando en Google “huhuhuhuhu”. No miró los resultados. Por fin dijo: “Estúpido…”


IV.

No le importaban sus tetas: estaba en la más absoluta gloria. Acariciaba su contorno con un dedo. Lento. Lentísimo. Y cuando le apetecía, besaba su perfumado y revelado terciopelo, mientras dejaba escapar una sonrisa blanquísima contemplando sus dos gotas de mar. El sueño duró hasta que el chulo dijo basta.

V.

Hola –dijo el ratoncito Pérez-. Os traigo la peste.

Puta tradición infantil: la próxima vez le daré dinero al niño. Por fortuna, aunque los hospitales sean tan agobiantes, la medicina actual te lo cura todo.

La peste… Desde luego, hay cosas que solo ocurren en las minisagas. Y en África.

lunes, 4 de julio de 2011

Hay que saber de economía


Mecagüen, como me han tangado con estos pedidos. Cabrones. Aunque puede que yo tenga algo de culpa… Sí, en realidad la tengo casi toda, sin haber revisado bien la compra ni nada. Fui muy impulsivo aquel día, pero también es verdad que no estaba muy allá. Joder, si es que hay que andar siempre en guardia, con todo, a todas horas, en todos los sitios, que asco. Ahora a ver qué hago con esta mierda de materiales. ¡Me los como!

Mierda, este plástico es peor de lo que pensaba. No puedo aprovechar casi nada después de la pasta que me he gastado. ¡Qué ruina! Bueno, al menos el daño de esta mala inversión solo ha sido en dinero, no en tiempo, como ocurre casi siempre. Eso sí que es un problema gordo: cuando después de muchos esfuerzos y disgustos la cabrona te dice que nanay o cuando te pegas dos meses enclaustrado en un cuarto y sin vida para acabar suspendiendo los exámenes.

Ah, el tiempo, ese justo igualador humano. A lo mejor la vida es un eterno estudio económico para conseguir invertir nuestro tiempo lo mejor posible. Hacer algo que no quieres es en verdad un gran contratiempo y nuestra existencia no se puede acabar apoyando en una eterna tarea desagradable. No debería.

Lo que yo me pregunto es que, si tanto valor le doy por fin al tiempo, ¿por qué lo sigo dejando que se escape siempre como si fuera cualquier mujer que pasa por mis brazos?