Salia
era princesa de Salamina, maldita desde su nacimiento por capricho de los
dioses. Cada vez que sentía que iba a acontecer un momento grandioso para su vida, su hermoso
cuerpo se llenaba de duro pelo y no podía articular una sola palabra. De esta
forma, cada vez que preveía un hecho favorable, debía marcharse y dejar que esa
dicha se escapase entre sollozos.
Un
día descubrió que si el acontecimiento grandioso ocurría de pura sorpresa, los
dioses no se daban cuenta o, quizá, le
permitían misericordiosos disfrutar de un excepcional momento de felicidad. Sin
embargo, esta revelación le llevó a vivir de una forma alocada e irreflexiva, a
fin de toparse con más gratas sorpresas antes de que su mente divagara. Así,
Salia estuvo a punto de morir tras varias agresiones, ya que el mundo de los
mortales no estaba hecho para que alguien como ella viviese de la temeridad.
Tuvo
que mal envejecer la princesa Salia, incapaz de encontrar esposo y rey,
resignándose a ver marchar grandes momentos que nunca sucedieron, recordando en
la imaginación lo que pudo haber sido y muriendo despacio por lo que nunca
ocurrirá.
.