sábado, 24 de marzo de 2012

Cara de póker


Esta máscara es fácil de fabricar, aunque aprender a usarla no tanto. De color gris neutro, es una cara con una sonrisa plana, normal, sin transmitir alegría pero tampoco pena. Los grandes jugadores no expresan ni lo bueno ni lo malo y, por tanto, no somos capaces de darnos cuenta si lo está pasando realmente mal, si no puede más con la tensión del momento o si su vida se va al garete.

En el reverso de la pieza, voy a poner elementos decorativos para darle vidilla e intentar expresar qué es lo se oculta tras una perfecta cara de póker. Pintaré primero unos ases pero también algunas cartas malas. También pondré destellos y cruces, fresas y espinas, iluminaciones y sombreados. Porque hay expertos jugadores fuera de la gamuza verde que no dejan ver qué alegrías guardan entre los dientes y qué pesares llevan consigo. Hay grandes conocedores del póker y de la vida que nunca revelan sus cartas ni cuando se retiran de la mano: solo cuando se arriesgan a muerte ante la victoria o la derrota. Sus intentonas quedan ocultas celosamente en un velo de misterio que suele tapar previsibles fracasos. Aunque el jugador se dé cuenta de que la ha cagado al retirarse precipitadamente, tampoco lo notaremos en su expresión.

Ese jugador que tiene por costumbre no revelar nunca sus sentimientos e intenciones y que nunca sabemos qué es lo que quiere, se escuda tras una mueca vacía e infinita, una máscara perfecta que, aunque sea del todo artificial y forzada, podemos llegar a aceptarla como natural y cierta.

¿Qué ocurre cuando el frío jugador de rostro incorruptible está arrastrándose por el barro? Que nadie se dará cuenta. Por eso, y alterando un poco el trabalenguas, el primer desenmascarador que lo desenmascare, su salvador será. 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Mantener el interés


Juan -Creo que ya la conozco demasiado y ha perdido el misterio. La posibilidad de que sea una persona acojonante y especial se desvanece…

Alekséyev -Aun así  sigues queriendo tirártela.

-Efectivamente. Estaba yo pensando que si yo me canso de casi todo el mundo, por muy especiales que pudieran parecer en un principio, quizá yo… Quizá yo también le canso a la gente. Me esfuerzo en que eso no ocurra y honestamente, creo que soy una persona interesante. Pero como parece que aquí no hay nadie especial o que somos todos especiales y por tanto, no hay nadie especial, es probable que más de uno y de una se haya hartado de mí. Explicaría algún comportamiento que aun hoy me extraña.

-Hombre, haciendo una estadística rápida sobre toda la gente que he conocido, en cuanto a interés estás por encima de la media. No hay que preocuparse por eso, hombre. Hartarse es algo natural.

-Claro, a ti no te preocupa porque siempre eres una caja de sorpresas. Alekséyev es un personaje glorioso, nunca me canso de él porque siempre actúa como habría que actuar pero de una forma imaginativa y valiente. A veces noto que, ante una situación imprevista o polémica, un destello de incertidumbre se te pasa por los ojos hasta que piensas: ¿qué haría Alekséyev? Sin embargo, yo no tengo un personaje tan definido ni tan interiorizado. Yo soy yo, opaco a veces, transparente casi siempre (para mi desgracia), siempre acabo actuando con una lógica predecible. A mí esa lógica, esa manera mía de actuar, me cansa. ¿No va a cansar a los demás?

-Gracias por lo de glorioso. Tío, tú eres una persona curiosa, con inquietudes, que siempre comenta qué libro o película te acabas de terminar. Vas evolucionando y aprendiendo, y eso te mantiene el interés siempre que no te estanques. Pero como ya te he dicho, hartarse de alguien es algo natural, que sucede y ya está, no hay que darle más vueltas. Quizá hasta sea algo bueno: así no nos enganchamos a cualquier persona que aparece en nuestra vida. 

domingo, 11 de marzo de 2012

*Bonus: Minisagas IV






XVI.

Harto de hacer zapping, pulsó al azar un botón del mando a distancia. Tras ver cinco segundos de un programa, sacó la recortada y le metió un tiro al televisor. No debió hacerlo: del aparato emanó un potente chorro de mierda que lo sepultó en el salón al estilo Pompeya.


XVII.

Descubrió un volcán submarino y entró sin pensárselo. El ambiente no le gustó: hacía demasiado calor, la lava resecaba sus escamas y no se entendía con los otros peces que vivían allí. Incómodo, vio que no pertenecía a aquel lugar, pero estaba siempre tan desorientado que nunca encontraba la salida.



XVIII.

Ya casi la tenía: estaba a punto de componer una canción espiritual, una de esas que parece que no cuentan nada pero que trasmiten una curiosa sensación. Esta acabó siendo perfecta y una  vez la interpretó acabada, comenzó a llorar y no pudo parar nunca.  No logró cantársela a nadie.




XIX.

¿Acaso no eres consciente, amiga mía, de cuanta felicidad me proporcionaría una noche, una sola noche, en la que me dijeras que sí? No te costaría nada, lo pasarías genial y yo sonreiría más, a ti y a todo el mundo. Si de verdad me quieres, ya sabes: ¡ropa fuera!




XX.

Hasta los animales más imponentes de la sabana huían despavoridos ante la soberbia del Jeep atronador. Salvo uno: un elefante joven se plantó desafiante y obligó al coche a frenar en seco. Espontáneamente, los  animales que escapaban se abalanzaron furiosos. Ahora,  esos furtivos forman parte del ciclo de la Naturaleza.

sábado, 10 de marzo de 2012

Mala suerte, ya ves


Generalmente, las personas suelen tener una suerte equilibrada: a veces va bien la cosa, otras no. A él siempre le iba todo mal. Los supersticiosos dirían que tenía un mal de ojo o un cenizo encima, pero no: lo suyo era simplemente estadística desfavorable persistente. También es verdad que era una persona muy despistada, defecto del cual él no tenía porqué  sentirse culpable. Pero otras muchas veces saboreaba el lado oscuro de la probabilidad, tragándose los pedos de la puta esa, Fortuna.
De esta manera, el desdichado fue pasando por la vida como un drama de miniserie. Perdió pronto a sus padres, siempre con poco dinero, fracasos continuos en los negocios, roturas tontas de huesos, atracos y puñaladas, meteoritos que caen demasiado cerca, tías buenorras que resultaban ser trípodes, perros que se le meaban encima, palomas que se le cagaban encima, borrachas que le vomitaban encima, llaves que se le caían por las alcantarillas, pedos que sonaban y olían bastante más de lo calculado, eructos mientras le grababa la televisión, vacaciones con Costa Cruceros, multas por pasarse del tiempo en zona azul, ladillas, tener de primer apellido Salido y de segundo Del Pozo…

Sin embargo, tras varios traumas y lamentaciones, empezó a  tomárselo con humor. Que las desgracias le destrozaran la existencia una y otra vez sin que ocurriera nada bueno era… ¿cómico? Él empezó a convencerse de que sí. Contaba sus tristes hazañas y sus anécdotas a lo Gila mientras a su alrededor todos acababan riéndose de sus desgracias. Era un resultado buscado, ya que ante tanta cantidad de infortunios, el orgullo, la imagen de interesante o el prestigio perdían toda la importancia.

Su filosofía, viendo que la ola de mierda lo pillaba sistemáticamente con la boca abierta, era llevar a la máxima expresión aquello de reírse de sí mismo. Pensaba que sentirse mal no era productivo y ya que muchos de sus problemas no se podían solucionar, ¿no sería mejor encontrar la fórmula mental para que tanto infortunio no efecte directamente en la cordura y en la personalidad? ¿Acaso se está obligado a sentir un duelo por cada palo que da la vida sabiendo que vendrán muchos más y posiblemente, en poco tiempo? El desafortunado personaje decidió tomar el camino de la tragicomedia, del humor negro abismal.

Aquel que se reía de del santo Job estuvo un tiempo viviendo en la calle y su hija adoptada se casó con un pijo del Opus después de una dilatada vida de meretriz asequible. Pero hasta el último suspiro, mientras cerraba para siempre su único ojo (el otro lo perdió al rompérsele una cuerda de guitarra), no dejó de reír. Incluso se le quedó grabada una sonrisa tras expirar que, tras varias horas y una sesión de maquillaje por becarias del tanatorio, quedó ciertamente siniestra.

Unos decían que había logrado una paz espiritual fuera de lo común (el Nirvana llagaban a decir), otros decían que tanta mala suerte había acabado con su cordura y solo pudo soportar su existencia mediante una sutil locura. Pirado o no, lo llevaba con humor. Y seamos sinceros: ¡qué envidia!

miércoles, 7 de marzo de 2012

El Horror


Adela- ¿Se puede pasar al cuarto de baño?

Juan- Todavía está mojado pero vamos, pasa. Cuidado no te resbales. Oye, sí que estáis tardando hoy con la clase de interpretación, ¿no?

 -Bastante.  Alekséyev está un poco cabreado con nosotros porque no nos sale bien la escena. Es un profesor muy exigente y el papel no es nada fácil: se supone que unos guerrilleros de no sé qué país africano se cargan a machetazos a un pobre hombre que pasaba por allí. Nosotros tenemos que interpretar al periodista testigo de todo. Por lo visto es un hecho real grabado por cámaras y todo. Si quieres puedes entrar en la clase, que el profe va a interpretar la escena él mismo.


Un joven de camisa blanca empieza a ennegrecer su humilde vestimenta con manchas de su propia sangre. Otros jóvenes no tan humildes lo persiguen desde el final de una calle desolada. Tienen armas de fuego, pero se divierten más con los machetes. Sus golpes no son nada cinematográficos: no hay salpicaduras violentas de sangre y el sonido sordo de los tajos son tapados por el griterío continuo de aquella escombrera gigante. Mientras, las costillas cuelgan entre los músculos al ritmo de una huida imposible.

La camisa toma el color del abismo mientras la negra piel brilla al sol con más vida de la que contiene. Ellos se marchan tristes mientras una masacre se contiene en una sola persona. No están muy satisfechos porque sus primitivos instintos, muy sobreestimulados desde que empezó todo (desde siempre) no han sido acallados con suficiente espectacularidad o riesgo. Pero como mero entretenimiento no está mal.

Al final de la calle, donde estaría la meta, un coche graba la escena con un zoom maravilloso y con un eficaz micrófono direccional. Mientras, un periodista deja por fin de pensar en qué titular le pondría a aquella escena: Choque violento entre la materia del universo concentrado en un espacio corrupto de entropía visceral. Pero el periodista empieza a sentir cosas. Tras unos instantes de transformación mental, se acerca al casi cadáver que, aunque está casi inerte, se le oye temblar incluso con los oídos tapados. El blanco sostiene la cabeza del enrojecido y tras varios segundos de demoledor contacto visual, la víctima del mundo expira.

Quieto como un cristo de sepultura, apura el trascendental momento antes de que los hijos de la gran puta vuelvan para seguir divirtiéndose con la muerte. El periodista vuele al coche/cascarón de huevo no muy rápido y se sienta como un gigante sobre una ciudad. Atascado por una realidad inconcebible, comienza a narrar lo que ha visto, pero lo hace sin ojos, ni oído, ni olfato. Él ahora es solo relato:

    “Acabo de ver, en esos ojos, nada menos que el Horror. No es como en las películas de Hollywood. No. Es… ¡Había tanta oscuridad en sus ojos! Decía con ellos que conocía La Verdad, que en ese preciso instante acababa de darse cuenta de Todo. Y Todo era nada. Sabía, con toda la certeza que nadie vivo puede imaginar, que iba a morir en ese momento de dolor inaguantable y soledad cruel. No había ni un ápice de esperanza en esos ojos. Todo estaba perdido. Todo. El saber de tu final trágico, sin un deux machina que te salve, sin un desmayo y un despertar en el hospital. El Horror es que fulminen en tus carnes toda la esperanza, todos los sueños, toda la incertidumbre que tapa la oscuridad venidera. Nada queda de la realidad que percibimos. Todo es dolor, solo dolor: dolor infinito. Y cuando eres consciente de que es infinito, la cabeza se marchita en un suspiro y te vuelves loco de repente. El ser más atormentado del mundo.”