Esta máscara es fácil de fabricar,
aunque aprender a usarla no tanto. De color gris neutro, es una cara con una
sonrisa plana, normal, sin transmitir alegría pero tampoco pena. Los grandes
jugadores no expresan ni lo bueno ni lo malo y, por tanto, no somos capaces de
darnos cuenta si lo está pasando realmente mal, si no puede más con la tensión
del momento o si su vida se va al garete.
En el reverso de la pieza, voy a
poner elementos decorativos para darle vidilla e intentar expresar qué es lo se
oculta tras una perfecta cara de póker. Pintaré primero unos ases pero también algunas
cartas malas. También pondré destellos y cruces, fresas y espinas,
iluminaciones y sombreados. Porque hay expertos jugadores fuera de la gamuza
verde que no dejan ver qué alegrías guardan entre los dientes y qué pesares
llevan consigo. Hay grandes conocedores del póker y de la vida que nunca
revelan sus cartas ni cuando se retiran de la mano: solo cuando se arriesgan a muerte
ante la victoria o la derrota. Sus intentonas quedan ocultas celosamente en un
velo de misterio que suele tapar previsibles fracasos. Aunque el jugador se dé
cuenta de que la ha cagado al retirarse precipitadamente, tampoco lo notaremos
en su expresión.
Ese jugador que tiene por
costumbre no revelar nunca sus sentimientos e intenciones y que nunca sabemos
qué es lo que quiere, se escuda tras una mueca vacía e infinita, una máscara
perfecta que, aunque sea del todo artificial y forzada, podemos llegar a aceptarla
como natural y cierta.
¿Qué ocurre cuando el frío jugador
de rostro incorruptible está arrastrándose por el barro? Que nadie se dará cuenta.
Por eso, y alterando un poco el trabalenguas, el primer desenmascarador que lo
desenmascare, su salvador será.