sábado, 24 de marzo de 2012

Cara de póker


Esta máscara es fácil de fabricar, aunque aprender a usarla no tanto. De color gris neutro, es una cara con una sonrisa plana, normal, sin transmitir alegría pero tampoco pena. Los grandes jugadores no expresan ni lo bueno ni lo malo y, por tanto, no somos capaces de darnos cuenta si lo está pasando realmente mal, si no puede más con la tensión del momento o si su vida se va al garete.

En el reverso de la pieza, voy a poner elementos decorativos para darle vidilla e intentar expresar qué es lo se oculta tras una perfecta cara de póker. Pintaré primero unos ases pero también algunas cartas malas. También pondré destellos y cruces, fresas y espinas, iluminaciones y sombreados. Porque hay expertos jugadores fuera de la gamuza verde que no dejan ver qué alegrías guardan entre los dientes y qué pesares llevan consigo. Hay grandes conocedores del póker y de la vida que nunca revelan sus cartas ni cuando se retiran de la mano: solo cuando se arriesgan a muerte ante la victoria o la derrota. Sus intentonas quedan ocultas celosamente en un velo de misterio que suele tapar previsibles fracasos. Aunque el jugador se dé cuenta de que la ha cagado al retirarse precipitadamente, tampoco lo notaremos en su expresión.

Ese jugador que tiene por costumbre no revelar nunca sus sentimientos e intenciones y que nunca sabemos qué es lo que quiere, se escuda tras una mueca vacía e infinita, una máscara perfecta que, aunque sea del todo artificial y forzada, podemos llegar a aceptarla como natural y cierta.

¿Qué ocurre cuando el frío jugador de rostro incorruptible está arrastrándose por el barro? Que nadie se dará cuenta. Por eso, y alterando un poco el trabalenguas, el primer desenmascarador que lo desenmascare, su salvador será. 

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