XVI.
Harto de hacer zapping, pulsó al azar un botón del mando a
distancia. Tras ver cinco segundos de un programa, sacó la recortada y le metió
un tiro al televisor. No debió hacerlo: del aparato emanó un potente chorro de
mierda que lo sepultó en el salón al estilo Pompeya.
Descubrió un volcán submarino y entró sin pensárselo. El ambiente
no le gustó: hacía demasiado calor, la lava resecaba sus escamas y no se
entendía con los otros peces que vivían allí. Incómodo, vio que no pertenecía a
aquel lugar, pero estaba siempre tan desorientado que nunca encontraba la
salida.
Ya casi la tenía: estaba a punto de componer una canción
espiritual, una de esas que parece que no cuentan nada pero que trasmiten una
curiosa sensación. Esta acabó siendo perfecta y una vez la interpretó acabada, comenzó a llorar y
no pudo parar nunca. No logró cantársela
a nadie.
¿Acaso no eres consciente, amiga mía, de cuanta felicidad me
proporcionaría una noche, una sola noche, en la que me dijeras que sí? No te
costaría nada, lo pasarías genial y yo sonreiría más, a ti y a todo el mundo.
Si de verdad me quieres, ya sabes: ¡ropa fuera!
Hasta los animales más imponentes de la sabana huían
despavoridos ante la soberbia del Jeep atronador. Salvo uno: un elefante joven se
plantó desafiante y obligó al coche a frenar en seco. Espontáneamente, los animales que escapaban se abalanzaron furiosos.
Ahora, esos furtivos forman parte del
ciclo de la Naturaleza.
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