Generalmente, las personas suelen tener una suerte equilibrada: a veces
va bien la cosa, otras no. A él siempre le iba todo mal. Los supersticiosos
dirían que tenía un mal de ojo o un cenizo encima, pero no: lo suyo era
simplemente estadística desfavorable persistente. También es verdad que era una
persona muy despistada, defecto del cual él no tenía porqué sentirse culpable. Pero otras muchas veces saboreaba
el lado oscuro de la probabilidad, tragándose los pedos de la puta esa,
Fortuna.
De esta manera, el desdichado fue pasando por la vida como un drama de
miniserie. Perdió pronto a sus padres, siempre con poco dinero, fracasos
continuos en los negocios, roturas tontas de huesos, atracos y puñaladas,
meteoritos que caen demasiado cerca, tías buenorras que resultaban ser
trípodes, perros que se le meaban encima, palomas que se le cagaban encima,
borrachas que le vomitaban encima, llaves que se le caían por las alcantarillas,
pedos que sonaban y olían bastante más de lo calculado, eructos mientras le
grababa la televisión, vacaciones con Costa Cruceros, multas por pasarse del
tiempo en zona azul, ladillas, tener de primer apellido Salido y de segundo Del
Pozo…
Sin embargo, tras varios traumas y lamentaciones, empezó a tomárselo con humor. Que las desgracias le
destrozaran la existencia una y otra vez sin que ocurriera nada bueno era… ¿cómico?
Él empezó a convencerse de que sí. Contaba sus tristes hazañas y sus anécdotas a
lo Gila mientras a su alrededor todos acababan riéndose de sus desgracias. Era
un resultado buscado, ya que ante tanta cantidad de infortunios, el orgullo, la
imagen de interesante o el prestigio perdían toda la importancia.
Su filosofía, viendo que la ola de mierda lo pillaba sistemáticamente
con la boca abierta, era llevar a la máxima expresión aquello de reírse de sí
mismo. Pensaba que sentirse mal no era productivo y ya que muchos de sus
problemas no se podían solucionar, ¿no sería mejor encontrar la fórmula mental para
que tanto infortunio no efecte directamente en la cordura y en la personalidad?
¿Acaso se está obligado a sentir un duelo por cada palo que da la vida sabiendo
que vendrán muchos más y posiblemente, en poco tiempo? El desafortunado personaje
decidió tomar el camino de la tragicomedia, del humor negro abismal.
Aquel que se reía de del santo Job estuvo un tiempo viviendo en la
calle y su hija adoptada se casó con un pijo del Opus después de una dilatada
vida de meretriz asequible. Pero hasta el último suspiro, mientras cerraba para
siempre su único ojo (el otro lo perdió al rompérsele una cuerda de guitarra),
no dejó de reír. Incluso se le quedó grabada una sonrisa tras expirar que, tras
varias horas y una sesión de maquillaje por becarias del tanatorio, quedó ciertamente
siniestra.
Unos decían que había logrado una paz espiritual fuera de lo común (el
Nirvana llagaban a decir), otros decían que tanta mala suerte había acabado con
su cordura y solo pudo soportar su existencia mediante una sutil locura. Pirado
o no, lo llevaba con humor. Y seamos sinceros: ¡qué envidia!
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