viernes, 26 de agosto de 2011

Una tragedia insignificante


Antes de marcharse, el maestro dejó abierta la ventana del cuarto a oscuras, con la bondadosa esperanza de que cualquier bicho volador que permaneciera dentro saliera atraído por las luces de la calle. Muy ecologista el hombre. Salió un momento de la habitación y regresó después para cerrarla definitivamente. Justo antes de bajar la ventana vio como salía apresurada una palomita que parecía que se acababa de dar cuenta de la gravedad de la situación.

-Has tenido suerte. Aunque no sé si habrá sido por inteligencia o por casualidad.

Cuando regresó a la mañana siguiente y fue a subir la ventana, observó el desdichado cadáver de un mosquito bastante grande que se habría quedado pegado al cristal toda la noche hasta que las fuerzas lo abandonaron. Es como él figuró la muerte del bicho: contemplando claramente el sitio donde quería estar pero sin comprender por qué no podía llegar a él. ¿Cómo iba a entender un simple mosquito lo que era un cristal?

-Mira que te di la oportunidad. En fin, que tu muerte sirva para algo. Toma, miarma, para que luzcas más roja y más bonita – y le echó el mosquito a una nepentes que tenía colgada junto a la ventana. Se quedó allí un rato, parado.

Se preguntaba cómo un ser tan insignificante podía provocarle tantos segundos de pensamiento.

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