sábado, 27 de agosto de 2011

Ni un puto clavo


Mientras corría, una manada de velociraptores lo perseguía con ganas de merendar. No eran como salen en las películas: más bien parecían pavos hermosotes con cara de lagarto. No imponían ni daban mucho miedo por separado, pero eran muchos y el maestro no contaba con ningún aliado. No había nadie con una metralleta o con un cuchillo a lo Cocodrilo Dundee; ni siquiera otros dinosaurios herbívoros en los que ocultarse para hacerles frente. Para colmo, la casa donde vivía se había derrumbado con lo del platillo volante y ante él, solo se extendía una pedregosa tundra que no ofrecía ningún refugio.

De pronto apareció un jeep de la nada cuando esos pollos cabezones estaban a punto de cogerlo. Arrancó y les empezó a sacar ventaja pero, mira por donde, el flamante carricoche no tenía gasofa. Total, que otra vez a correr. Parecía que esta vez no había esperanza. Sería una muerte muy tonta: devorado por una jauría de estúpidas iguanas reinonas que se achantarían con una buena patada en los hocicos. Pero claro, estando solo y sin recursos de ningún tipo, poco se podía hacer. Sin un mínimo obstáculo que entorpeciese el avance de los velociraptores, el maestro estaba perdido….


Uf, menos mal que solo era una pesadilla malaje. Menos mal que esos bichos ya no existen. Bueno, ya que estoy despierto voy a prepararme con tiempo para ir al taller, que hay muchos lagartos que esquivar y la gasolina anda por las nubes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario