martes, 1 de noviembre de 2011

Quererlas o entenderlas


Juan- No sé si es que soy propicio a que me lo digan o es que se habrá puesto de moda, pero ahora lo que me dicen es: “no voy a dar un paso más porque a lo mejor me enamoro de ti”. ¿Por qué las tías tendrán tanto a miedo a sentir? Si de eso se trata la vida, coño, de no ser un mueble. No sé si es que presuponen que va a salir todo mal desde el principio. En serio, ¿por qué?

Alekséyev- ¿De verdad quieres meterte en esos berenjenales de querer comprender a las mujeres? A ver si te vas a volver loco ya del todo.

-Hombre, supongo que habrá que hacer el esfuerzo por enterarse de cómo piensan para poder satisfacerlas, salir vivo de ellas o incluso manipularlas. Yo a veces pregunto cosas a mis amigas pero no sé si me dicen la verdad. De todas formas hay que investigar hasta convertirse en todo un Richard Gere.

-¿Seguro? A lo mejor saber demasiado de ellas te puede hacer perder la sorpresa y la fascinación. ¿Te acuerdas lo que dijo el otro día el hombre del bombín? “A la mujer hay que quererla como si fuera Dios, con fe ciega y con entrega, como si todo lo que ella supone fuera una religión llena de altibajos superables y grandes sentimientos, y no como una fría ciencia llena decepciones y trucos desvelados. Con las mujeres, es mejor el Amar que el Saber.”

-Decía que se puede llagar a la felicidad a través del conocimiento, que te hace valorar las cosas en su verdadera grandeza; o a mediante la ignorancia, sin perder el tiempo en juicios y entregándote directamente al misterio y la magia a riesgo de salir perjudicado. Yo comprendo que lo suyo sería querer a las mujeres de la segunda manera, pero a lo mejor no soy capaz y no puedo evitar la curiosidad de entender cómo piensan o sienten y desvelar sus misterios sin querer. O a lo mejor, ¿crees que hay gente incapaz de amar por que se creen que ya saben demasiado y no pueden tener ni un mínimo de fe en nadie?

Fue un hito extraordinario que los ojos de Alekséyev temblaran por un momento, como si las máscaras que él mismo se había labrado se hubiesen desvanecido de repente. Tras un leve titubeo, recodó quien era él (o quien decía que era) y contestó distraído: “no, no creo.”

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