(Para leer despacito)
VI.
El pobre se acabó entregando a la tormenta, pero ni ella le regaló un mísero destello: solo agua helada, viento y una pulmonía que tampoco se lo llevó. Sin amor propio, terminó marchándose a Mozambique y ya no sabemos nada de él. Por eso te digo tanto que te quiero.
El grupo de pigmeos escupió una ráfaga de pinchitos voladores que derribaron a un pequeño mono que apenas sintió la caída del árbol. El hombrecillo más anciano gritó agradecido a los espíritus de la selva y le ahorró el sufrimiento con un golpe al desdichado animal. Igualito que aquí. Civilizados…
Te seré sincero: a lo mejor no te conviene quedarte aquí conmigo (y menos con mis amigos), pero estoy muy solo, cansado, casi no puedo andar y estoy hambriento. No te vayas con aquellos que solo se parecen a ti físicamente. Quédate conmigo, por favor. Te lo pido como zombi.
Nadie como ella para predecir los terremotos, los cracks financieros y los desamores. Por eso muchos se contentan con vivir cerca de ella, para estar a salvo de la Naturaleza. Otros, interesados, se acercan ella sólo para que les ayude a invertir. Lo demás en su vida es sexo frío.
“Trae pacá la Rotaflex”, dijo Liborio antes de perder su primer dedo y “solo es una vaquilla con la cornaura despuntá” cuando perdió su virilidad. “¿Arnés pa’qué?” fueron sus últimas palabras. ¿Estaba Liborio determinado al fracaso o solo tuvo muy mala suerte? Quizá era demasiado cateto. Bueno, cateto pero feliz…
No hay comentarios:
Publicar un comentario