Esta máscara la creé hace tiempo.
Es la de las convenciones sociales, la de lo correcto, la de las costumbres y
saberes del comportamiento del vulgo que funcionan si quieres mezclarte y
triunfar en el vulgo. Me pregunto si… la necesito. Siempre he intentado
despojarme de ella, de todo lo normal, de lo esperado, de lo políticamente
correcto en sociedad. Ahora tengo dudas.
¿Y si todos mis pesares, todos
mis rompecabezas y mis problemas con mí mismo se solucionaran siendo uno más?
Otras veces lo he pensado, pero después de tantos tropiezos empiezo a
convencerme. Ir a contracorriente, ¡qué valiente! Pecando habitualmente de
humildad en casi todo, siempre he presumido de mi oposición a lo normal y a la
autorrepresión de la sociedad. Yo, el gran héroe de los frikis e
incomprendidos, de los especiales y los perdidos, derrotado. Ahora mismo quiero
ser… otro más.
La batalla era demasiado larga,
demasiados enemigos y pocos aliados. Era una carrera en soledad contra el
monstruo de la realidad, de la falsa realidad que se hace verdadera. ¿Cómo
puedo yo, insignificante, luchar contra todo eso? Quizá sea esta mala racha, o
este alcohol contraproducente; solo sé que necesito volar sobre las cabezas de
los mediocres. No, más bien de los pringados.
Quizá esta libertad de la que
gozo sea… un error. Si lo pienso, mis ideas de que todos son imbéciles menos
yo, de que todos están equivocados menos yo es cuanto menos improbable. ¿Acaso
a mí se me ha revelado una verdad absoluta que me hace superior a todos los
demás? Es más probable que yo está equivocado. Sí, todos me lo dicen a gritos.
Es hora de volver.
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