Me quejo de que no soy capaz de crear
nada y de que no tengo ahora nada de inspiración… capullo. Los médicos dicen
que estoy casi bien, tengo encargos y trabajo para más de un mes, dinero de
sobra y para colmo, me he echado una novia maravillosa que encima tiene tetas.
Sin embargo, mis trabajos artísticos no van nada bien. He tenido tanto tiempo
para desahogarme tallando pajas mentales que, ahora que me va todo bien, no soy
capaz de crear nada. Este detalle debería ser para mí una chorrada, una de esas
cosas poco importantes de la vida por las que no hay que preocuparse mucho
pero... No, soy un artista, o al menos pretendo serlo. La felicidad no es nada
inspiradora y nadie quiere ver o crear una obra que trate de lo bonita que es
la vida.
Supongo que debería disfrutar de
lo que tengo y no preocuparme de momento por la inspiración. Como decía Bécquer
en boca de Sabina, “cuando tengo el amor, siento; cuando no lo tengo, escribo”.
Estoy muy ocupado frotándome las manos como un niño nervioso y bailoteando por
las esquinas ante esta suerte a la que no estoy acostumbrado que me olvido de oír
la vocecilla de la inspiración y la que me pide rebelarme o tener más y más de
todo lo que pase por mi antojo. Pero también dejo de escuchar esa conciencia
malaje que no te deja disfrutar de casi nada y esos recuerdos fallidos que se
te vienen a la memoria a raíz de cualquier suceso cotidiano.
Quizá la felicidad es dejar de
oír voces en la cabeza, tanto las buenas como las malas. Convertirse en otro
feliz más, uno de esos encantados de la vida y sin ganas de trasgredir.
Insolidaria y añorada individualidad plena.
Ni uno escribe siempre que no es feliz, ni uno no escribe porque sea feliz. Eso va por rachas; eso sí: cuando estás ocupado con otras cosas le ocupas menos tiempo al escribir. Todo es administrarse.
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