viernes, 7 de octubre de 2011

Epicúreo cobarde


A veces mi arte se confunde con la ingeniería. La máscara alegre a lo carnaval de Venecia ya está terminada y el truco de los ojos que se cierran al ponerla en la peana también. Me ha costado encontrar los materiales pero al final he conseguido que esta carita despreocupada descanse sobre unos pinchos metálicos con mala pinta y algo de hierba (gran detalle). Así, las puntas encajan en la hendidura y los ojos se cierran; pero si lo enchufo y le doy al interruptor… ¡Uooo, levita! Esto de los electroimanes parece brujería. Podía haber usado otro sistema más barato para mantenerla en el aire, pero era necesario que se viese cómo escapa de esas púas de realidad.

No sé si la gente captará el mensaje de esta máscara. No es más que alguien que huye del dolor y de la responsabilidad para mantenerse contento y quizá feliz. Quitarse de en medio en vez de encarar los problemas puede ser una forma de solucionarlos, la más cómoda. Y como nos funcione nos vamos a acostumbrar a hacerlo todo así, obviando y resistiendo hasta que la presión desaparezca mágicamente (o gracias a nuestra mala memoria a prueba de rencores). Pero cuando no podamos levitar sobre los pinchos y no haya ninguna posibilidad de escapar, ¿qué hacemos, si no sabemos resolver nuestros problemas de otra forma?

La valentía ya no una cualidad tan útil como cuando vivíamos en cuevas. La tecnología la compensa y nos sigue haciendo útiles a pesar de nuestra extrema y enfermiza prudencia. ¿Para qué encarar un problema si podemos dejar un mensaje privado escrupulosamente pensado y diseñado para quedar bien? Para qué arriesgarse.

¿Es malo ser así? Quizá vivir en una chirigota continua y dedicar tu tiempo exclusivamente a la diversión sea una de las pocas formas de soportar la vida, sobre todo cuando por fin eres consciente de cuan cabrona es. Lo único que sé es que huir te vicia para que sigas corriendo, siempre, incluso cuando quieres dejar de hacerlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario