martes, 6 de septiembre de 2011

Refugio fácil


Mi tiempo se sigue acelerando sin que yo pueda evitarlo. Lucho y lucho pero no encuentro a nadie por quien combatir como una tigresa herida ante sus hijos. ¿Debería luchar por mí? Debería. Querer mantenerme vivo tendría que ser causa suficientemente para resistir esas curas que me dejan medio muerto en vez de muerto. Necesito… calor humano. Así que voy a bajar las persianas, a despejar la mesa y a ponerme el disco de música vocal celta, que hoy estoy sensible, joé.

Tras cerrar los ojos aparezco en el claro de aquel bosque mágico. El sol ya está a varios horizontes de las onduladas copas; aun así, se ve. Frutos de luz azulada brotan de los árboles como en una permanente navidad plateada. Sobrecoge un gran alcanforero muy viejo y luminoso justo enfrente de mí. Entre la suave hierba crecen pequeños champiñones aquí y allá que también brillan, al igual que las nubecillas de luciérnagas y palomitas, cuyo vuelo pausado y constante serenaba los nervios como cuando sigues el camino de una hoja flotando en el agua. Aunque era de noche, no había Oscuridad.

Y frente al árbol, ahí, ante mí, está ella. Violeta de ojos, algo más oscuro su cabello ondulado, contemplo su figura camuflada entre las luces del claro como si irradiara también ella alguna luz. El fin de su liviano vestido resplandeciente es hacerla aún más hermosa. Puedo adivinar un cuerpo perfecto bajo esas finas telas, pero no es su aspecto salvaje el que necesito sentir ahora.

Me sonríe mientras me acerco y ella da unos pasos hacia mí. La puedo tocar con naturalidad y darle un abrazo eterno hasta que se me pase esta fría sensación que solo se desvanece junto a ella. Huelo su ropa, su pelo, su cuello, y mientras no pienso en nada. Sigo sujeto a su cuerpo, pletórico, sin que la situación se torne violenta o cansina: todo es como quiero que sea.

Otros días, juguetona, complace todos mis deseos, los infantiles y los adultos, sin tener que cuestionar nada de ellos. Yo también hago lo mismo con sus locuras, la sigo como un siervo sediento de sus continuas ocurrencias. Lo que ella quiere yo lo codicio. No por cumplir o estar en deuda: es deseo puro.

Casi no me he dado cuenta que estoy desnudo y acostado en su cintura descubierta. Me siento como si me hubiese follado la diosa del mundo: tranquilo, absolutamente tranquilo. La hierba está fresca pero no fría, el vientecillo se hace sentir cálido como su piel morena y las luces azuladas del bosque se confunden con la nebulosa de Orión. O de Circe, no sé.

Sí, es perfecto, es un lugar de esos en el que a todos nos gustaría pasar algún instante, por muy duros que queramos aparentar ser ante los demás. No me empacho de disfrutar de este pequeño mundo, de La Belleza, la que solo vive aquí.

Joé. He estado bastante cerca de la cabezada, pero esta sensación de estar perdiendo el tiempo es todavía más fuerte que el poder de mi imaginación. Voy a abrir las ventanas. A ver si con suerte cae algún trueno.

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